Vivimos en un mundo lleno de paradojas; una de las quejas más comunes es la nueva forma de comunicarse, y lo más fácil es criticar y culpar niños y jóvenes por el uso casi ininterrumpido con sus teléfonos portátiles, lo primero que se escucha decir es que no se entiende cómo es posible que pasen tantas horas «texteando» al amigo o familiar que está sentado en la misma habitación, (esto es verdad), esta «pedrada» basada en hechos reales, tiene ingredientes que la justifican, aunque no como para calificar de horror tal hecho, porque si levantamos la vista un poco más allá nos encontraremos a los no tan jóvenes mostrándose fotos y videos de los proyectos de sus vidas y preferencias, (a veces no muy claras), y sentadas alrededor de la mesa del comedor las abuelas haciendo precisamente lo mismo, casi compitiendo entre ellas con fotos de nietos y bisnietos.
No importa si los nietos son recién nacidos o si ya peinan canas en barbas, sienes y bigotes; por supuesto que hay excepciones, siempre hay otro miembro de la tercera edad que como no sabe «manejar» esas tecnologías se hace «El Duro» criticando a niños, jóvenes y adultos y a cuanto ser vivo ve con uno de los nuevos teléfonos, y «se limpia el pecho», (o por lo menos eso se cree) diciendo que él no se ocupa de tonterías, que lo dejen tranquilo, que él no se entiende con esas cosas, él está «chapado a la antigua» y no le gusta perder el tiempo, claro que luego le pregunta a la abuela en privado y usando un tono mucho más bajo: ¿Se sabe algo de los muchachos?
Es interesante ver con que velocidad y certeza vuelan las comunicaciones, y todo el beneficio que nos proporciona esta tecnología, pero también es interesante observar cómo se habla de comunicación cuando personalmente se da la espalda a una persona o a un grupo determinado de personas, tanto de la familia, como a desconocidos y amigos, pero sobre todo a aquellos que no comparten ni expresan la misma forma de pensar acerca de algún tema aparentemente en común.
Esta enfermedad ataca a poderosos de rancia aristocracia monárquica, a jefes de gobierno, a empresarios millonarios, a jefes militares y políticos, a hampones de bajo mundo, a directores y jefes de empresas etc. , pero no es exclusiva de ellos, esta arrogante actitud entra por poros, mente y corazón de cualquier persona, y también afecta nuestra iglesia, es mal que no discrimina, nadie está exento de contraerla, laico u ordenado, es conocido el caso de algunos líderes que con su forma de vivir alejan de Dios a los no pocos que de buena fe esperan que «se note» lo Cristiano que predican.
El cristiano que vive su fe, (o que dice que la vive) y que dice estar cerca de Cristo tiene que cuidarse de este enemigo no vaya a ser que esté invadido hasta los huesos y metido dentro de una burbuja donde solo caben aquellos que están autorizados, aquellos que «le caen bien» a los líderes de turno, por supuesto afines y/o sumisos a los más encumbrados, sean ordenados o laicos, se puede caer en la trampa del maligno, y puede ser que solamente se ocupe de mostrar la tecnología de su teléfono a quienes están sentados en la habitación en que se encuentra, y alejando a los que están «fuera de la burbuja» usando la misma frase que dijo aquel que abordó el ómnibus en la primera hora y dijo: «Estamos completos, estamos llenos, aquí no cabe más nadie».
Sería muy saludable romper la burbuja, compartir con los demás, con ésos que cuesta trabajo porque viven otras circunstancias, con el prójimo alejado de la fe, también hijo de Dios, con los más posibles, respirar juntos el aire que respiran, vivir con la normalidad de Cristo, sin encierro, sin privilegios para los que «cumplen» el precepto dominical; ni para los que viven en burbujas.
Sería muy saludable hacer un buen examen de conciencia, un párate y reflexiona, detectar lo que está bien, lo que está mal, lo que está y lo que no está, lo que sobra y lo que falta y con honestidad arreglarlo.
¿Vivo en una burbuja o soy fermento evangélico del ambiente en que vivo?
De Colores.
Ángel Delgado
Miami, Florida
Agosto 2, 2015