Eduardo Bonnín Aguiló nació el 4 de mayo de 1917 en el seno de una familia católica dedicada al comercio. Tuvo nueve hermanos.
De ellos recuerdo muy especialmente a dos: Fernando que fue sacerdote obrero, misionero en América y párroco de Binissalem y que terminó trabajando con entusiasmo en los Cursillos después de haber estado cierto tiempo algo alejado de ellos y Jorge, el hermano que me gustaría llamar «el hermano ignorado» o el «hermano callado». Era un hombre de una gran bondad y comprensión, dispuesto siempre a suplir, en los quehaceres del negocio familiar, a su hermano Eduardo cuando éste atendía las frecuentes visitas de cursillistas que iban a verle en el almacén que la familia tenía en la calle del Sindicato. Más tarde, cuando los Cursillos se expandieron por el mundo, Jorge continuó con su sempiterna colilla en los labios, haciendo él solo el trabajo de dos durante los viajes de Eduardo. Los viejos cursillistas estamos muy agradecidos a Jorge por lo que hizo y dejó hacer.
«Eduardo cursó estudios con los PP. Agustinos y en el colegio La Salle de Palma, y sobre todo con profesores que sus padres contrataban al
efecto para que impartieran a sus hijos los programas escolares vigentes en su propio domicilio. Por tanto, Eduardo se educó en un
ambiente de fe católica profunda, y de una forma aislada, en contacto prácticamente tan sólo con los ambientes afines a su familia y con los ambientes rurales de la Isla que correspondían a la actividad del comercio familiar y que, siendo menos religiosos, no eran menos tradicionales que el familiar. Quienes le trataban por entonces le recuerdan como un joven adolescente de gran inquietud cultural y religiosa, brillante en su comunicación con los demás a pesar de su aparente timidez, y dotado de un gran sentido del humor». Muchos años después conocí, como compañero de trabajo, a un amigo suyo de aquellos tiempos, Antonio Jaume Salvá. Al comentar con Eduardo que trabajaba con su antiguo amigo, me dijo: «Con Antonio siempre se nos ocurría hacer cosas que no eran habituales para la mayor parte de la gente».
Debido a la guerra civil, «Eduardo iniciará una experiencia que entiendo (dice Xisco) resultó esencial en su vida: la prestación del servicio militar obligatorio, que, aunque se inició en plena guerra civil española, no le exigió combatir en el frente, gracias a prestarlo en oficinas». «Su vida de soldado se prolongará anormalmente durante nueve años, por razón del papel preponderante del ejército en la inmediata postguerra y por la proximidad de la II Gran Guerra, en Europa. A través del ejército, Eduardo Bonnín pasó bruscamente de vivir en unos ambientes tradicionales y cerrados a relacionarse con todas las clases sociales y con la realidad más auténtica de la juventud masculina de esa época.
En resumen, Bonnín llegó en esos años a la conclusión- que resultaría trascendental- de que el hombre «normal» que le rodeaba en el cuartel, pese a vivir en unos ambientes no solamente descristianizados, sino clara, aunque calladamente, hostiles a la religión católica, conservaba sin embargo intactos una serie de valores y comportamientos netamente evangélicos, más cristianos, a su parecer, que los imperantes en los ambientes «píos» que tan bien conocía».