Eduardo Bonnin
Francisco Forteza
EVIDENCIAS OLVIDADAS
Cursillos de Cristiandad
Edición 1999
Barcelona – España – Europa
A lo largo de la historia ha sido frecuente el empleo de determinados procedimientos para agrupar a los hombre con el fin de incidir en la realidad. Desde la coacción a la adulación, desde el miedo por el castigo al incentivo del premio, desde el liderazgo de un carismático a la capacidad organizativa de un brillante ejecutivo, se da todo un abanico de vías más o menos coercitivas para conseguir anuencias e influencias.
Sin embargo pocas veces se ha intentado que sea la poderosa energía que puede producir la amistad cuando va siendo auténtica, verdadera y químicamente pura, la que puede mover a los hombre que han de cambiar la realidad. Y siempre es muchos, y siempre es más, lo que puede ir consiguiéndose gracias a la poderosa energía de la amistad.
Cuando esto se da en una persona, se tiene ya el punto de arranque para irlo generando en otras y en muchísimas más.
Entonces la amistad toma cauces naturales, normales, humanos, que no distorsionan el vivir de cada uno, sino que lo amenizan, lo incentivan y lo alegran, surgiendo de ello una realidad colectiva, que es el grupo de amigos, suscitando en cada uno el gozo de vivir y la alegría de seguir viviendo, ya que cuando se comparten en amistad, las penas se dividen y las alegrías se multiplican.
Cuando el grupo está integrado por creyentes que creen que creer es crear, la dinámica de amistad del grupo incide en cada uno de los ambientes en que sus componentes se mueven. En estos ambientes, la dinámica de amistad que desde el grupo les llega, genera con naturalidad, en vivo y en directo, una corriente, primero de simpatía, después de admiración y finalmente de contagio.
Estas corrientes cristalizan por tanto en nuevas plataformas de amistad, extendiéndose de forma multidireccional y progresiva, abarcando de cada vez más zonas del vivir de muchos.
Tal vez esto pueda parecer irrealizable, precisamente porque casi siempre se ha incidido en la realidad desde la visión más opuesta a la indicada. Se ha pretendido sacar o inhibir a la persona de su entorno natural, o presentarle lo cristiano al borde de lo irrealizable, en el contacto de lo heroico, pero casi nunca como el simple y definitivo gozo de ser amigo del cercano.
A veces seguir a Cristo, como ser fiel a todo proceso de amistad, puede ser difícil, pero nunca es complicado. Descubrirlo así hace que el minuto siguiente sea siempre fascinante y sensiblemente mejor que el anterior.
De esta dinámica de amistad, nace en los distintos grupos, la ilusión de poder encontrarse entre sí, para poder comentar y compartir el hallazgo. Así, cada grupo se convierte en una realidad centrífuga que imposibilita el narcisismo, al sentirse cada uno contento, pero no satisfecho.
Lo más decisivo y lo más novedoso de este planteamiento, es el hallazgo de este punto de encuentro de los diversos grupos. Se crea así un ambiente abierto e integrado por todos los que en sus respectivos ambientes procuran vivir en amistad, que garantiza que lo que en cada momento está más vivo, se accesible a todos, siempre que no se desvíe, y no se pretenda más que eso: intercomunicar lo que está vivo; sin canalizar el agua de esta energía al molino de la inquietud preferida de alguno o algunos, ya que es en el mismo mundo donde viven, donde están llamados a dar fruto, y a disfrutar dándolo.
Lo otro, aunque para algunos sea más bonito, nunca tiene el peso específico de lo radicalmente personal, de lo naturalmente humano y de lo simplemente verdadero.
Torcer con la mejor intención el cauce de esta energía, es cosa que se hace a menudo, cuando se exige una determinada moral, sin que haya habido el consiguiente proceso, esto es, sin haber sembrado con convicción, sin haber regado con esfuerzo y sin haber cultivado con amor; olvidando que cuando se exige decisión donde no han convicción, lo que se logra es romper la persona pro dentro. Tal vez en esta pista se podría encontrar la causa del poco interés que suscita frecuentemente lo cristiano.
Cuando ello no sucede, en este ambiente de punto de encuentro, las corrientes de admiración que se generan, polarizan y se concretan más en determinadas personas. Llegados a este punto hay que evitar los dos peligros: que las admiraciones no se transfieran a Cristo, o que valiéndose de ellas se instrumentalice a los más generosos.
Para que esto no suceda, para que esta energía no se pierda y pueda encontrar sus propios cauces de expansión, es preciso que los que polarizan las admiraciones -los dirigentes verdaderos- formen a su vez un grupo compacto, de modo que, sin desvincularse de su realidad, se esfuercen por coordinar sus esfuerzos de cara a conseguir que tampoco se desvinculen de ella los demás y para que progresivamente sean cada día más los que descubran que es posible, desde su misma vida, hacer simple, concreto y posible lo cristiano.
Esto es precisamente, lo que los iniciadores intentamos conseguir desde el principio con el movimiento de Cursillos de Cristiandad: proclamar la mejor noticia de la mejor realidad -que Dios nos ama-, comunicada por el mejor medio -que es la amistad-, hacia lo mejor de cada uno -que es su ser de persona-.
En conclusión, los Cursillos, en su misma esencia, en la estructura ontológica de su misma razón de ser, son lisa y llanamente un proceso de amistad; con uno mismo, con Cristo y con los hermanos.