Una de las cosas que más complican en el mundo de hoy, ya de suyo bastante complicado, es el poco o nulo respeto que se tiene a las «Aguas Jurisdiccionales» de cada persona. Cada quien circula por ellas sin pedir el oportuno permiso.
Faltar al respeto, ofender a alguien, injuriarle…. siempre carga la conciencia del que tiene el mal gusto de hacerlo y, si es sensible, en el pecado suele encontrar la penitencia.
Aquí no nos referimos a esto. Se trata de que descubramos que cada uno tiene su círculo íntimo, y entrar en él sin permiso, o haber entrado alguna vez con motivo de una circunstancia fortuita, y extenderse por ello uno un pase para poder pasar sin llamar, es una indiscreción.
No respetar este halo que envuelve a cada uno, es siempre causa de disgustos que quitan el gusto de vivir y el gusto de saberse vivo.
El hombre que no pocas veces sabe ser valiente ante las circunstancias duras, suele desanimarse ante una cosa que parece nimia, pero que puede llegarle en un momento que no es precisamente el mejor para saberlo afrontar con la energía precisa.
Invadir el círculo íntimo de alguien, sacando a relucir alguna confidencia que el amigo le hizo en un momento de baja presión, o de depresión más o menos encubierta sin pedirle antes permiso para hacerlo, es una falta de delicadeza que precisa de mucha comprensión para saber perdonarla, y casi imposible de lograr un olvido total y absoluto, aunque claro, como siempre, hay que tener en cuenta que lo que no es posible a los hombres, es posible a Dios.
A las personas, por ser todas ilusión personal de Dios, se les nota, cuando se las sabe ver desde la perspectiva de su Creador, un hálito especial que las hace dignas del mayor respeto y consideración. Entrar en esa área sin que sea del brazo del mismo amigo confidente, es un atentado contra la amistad.
La punta a que apunta la punta más interior de una persona, jamás, puede ser, no ya vista, sino ni aún tan sólo interpretada por nadie más que por el propio interesado.