– Muy bien, aunque no siempre las realidades de la vida transcurren como uno desea y nos encontramos con pequeños inconvenientes que nos desequilibran demasiado.
– Esto es normal, amigo Miguel, nada ha cambiado durante los tres días del cursillo. Tú has cambiado pero el mundo sigue igual.
– Pienso que tendré que cambiar más todavía porque sospecho que esto no ha hecho más que empezar. Quisiera que me ayudaras porque me siento un poco novato en este «negocio».
-Todos somos novatos cuando intentamos ser cristianos. Mi amigo Eduardo, de quien seguramente has oído hablar, se definía como un «aprendiz de cristiano». Quien toma aires de «veterano» es que no ha entendido nada
-No obstante, me gustaría que me explicaras algunas cosas que no veo del todo claras.
Acepto en mí el hecho de la fe. Esto es tan nuevo en mi vida que me siento, en ciertos momentos, como sobrecogido. No estoy seguro de si antes la tuve o no, ahora es distinto, sé que la tengo porque la quiero tener.
– Ya sabes, «La fe es tanto creer en lo que no se ve, como dar un nuevo sentido a lo que se ve». La fe impregna toda la vida.
– Pero, Jaime, seguramente tú has tenido dudas alguna vez.
– Naturalmente que sí. Uno debe ser sincero consigo mismo y no dar por buenas explicaciones que no satisfagan; pero te voy a decir una cosa: cuando se tienen dudas por razones intelectuales o se está escandalizado por el comportamiento de ciertos cristianos más o menos significativos, no debemos preocuparnos demasiado, porque sus dudas pueden ser nuestras dudas y sus escándalos nuestros escándalos. Los que realmente deben preocuparnos son los que han echado a Dios de su corazón. A la fe hay que merecerla porque no supone ausencia de lucha y esfuerzo; pero, si la aceptas, te vas dando cuenta de que, al crecer en ti, ella misma se justifica con insospechadas evidencias. El milagro existe. Los milagros físicos suceden raramente y siempre los hay que niegan lo que para otros son evidencia, pero los milagros morales, la conversión de los hombres por la gracia de Dios, son hechos frecuentes en las comunidades cristianas realmente vivas.
-Quisiera que fuera así- dijo Miguel- Continúo sintiéndome muy contento, pero a veces tengo dudas sobre el futuro.
– No te preocupes; si se toman las medidas adecuadas no hay por qué tenerlas. Ya sabes: Reunión de Grupo y Ultreya.
– He observado, Jaime, que algunos, desde el primer momento, parece que tienen una actitud vacilante y no se acaban de decidir.
– Todos son libres y puedan hacer lo que quieran. Los dirigentes de su cursillo tienen la obligación, durante algún tiempo, de reiterar su invitación, porque, si no lo hicieran así, convertirían el cursillo en un hecho esporádico en nuestras vidas sin que éstas se vieran transformadas. No se trata de un deseo de ingerencia en su intimidad, sino sólo de ayudar a las expectativas que cada uno se haya formado. Yo creo que los dirigentes, no sólo pueden, sino que deben insistir durante el tiempo que la prudencia aconseje, porque, si no, los Cursillos habrían sido un castillo de fuegos artificiales y un fraude, haciendo promesas sin aportar los medios necesarios para cumplirlas. Eduardo decía que los tres días del Cursillo sin Ultreya y Reunión de Grupo era como si uno montara un collar de perlas y, después de tenerlas engarzadas, se olvidara de hacer el nudo que las sujeta a todas. Otra cosa sucede cuando el nuevo cursillista manifiesta con toda claridad que no está para la labor y quiere mantenerse al margen. Entonces hay que respetar su decisión, permaneciendo íntegro, no obstante, el valor de una amistad dispuesta a recordar con su presencia una experiencia difícil de olvidar. Siempre queda tiempo para una libre decisión que, desde luego, se va a respetar.