Tras el gesto de los representantes de la Acción Católica Nacional de incorporar a Bonnín como profesor de los Cursillos de Jefes de Peregrino, se produjo con naturalidad la entrada de Eduardo en aquella organización seglar de la Iglesia, donde se le recibió con esperada confianza, en un momento en que Ferragut, por razones reglamentarias de edad, tenía que dejar la presidencia diocesana, lo que originaba una inevitable recomposición del Consejo.
El nuevo presidente, José Font, que era al propio tiempo Director del Instituto de Enseñanza Media de Palma, propuso la designación del recién llegado para una de las vocalías del Consejo Diocesano, la de «reconstrucción espiritual» –curioso nombre, con evidente sabor de postguerra, que casualmente expresa de forma muy gráfica la labor que a Bonnín le esperaba.
Tanto Font como los demás componentes del Consejo veían a Bonnín, por su singularidad personal, como el obligado sucesor en la presidencia diocesana, por lo que le permitieron desde el primer momento una gran libertad de movimientos para que experimentara y pusiera en práctica sus revolucionarios planteamientos.
Especialmente importante resultó en esta fase la actitud inusualmente tolerante por aquellas fechas del Consiliario, D. José Dameto, hombre exquisito y refinado, de familia aristocrática, que supo llevar a la práctica como muy pocos de sus compañeros de sacerdocio en dicha etapa el respeto a la iniciativa y la autonomía del seglar, teóricamente tan bendecida y prácticamente tan coartada en la Acción Católica de los años 40 y aun posteriores.
En ese clima, y proyectando a la realidad su esquema de Estudio del Ambiente, Bonnín pensó y elaboró –desde su experiencia del Cursillo de Jefes de Peregrino(1) todo un método que sirviera para fermentar en cristiano las personas y ambientes «alejados», y para revitalizar en profundidad los más próximos.
1) Fe de erratas. Debe leerse Cursillo de Adelantados