Eduardo Bonnín
El hombre de cualquier época, cuando ha tratado de profundizar en sí mismo, en su vivir, ha ido encontrándose yendo hacia sus aspiraciones y/o huyendo de sus miedos. Tanto las aspiraciones como los miedos, cambian en el transcurso del tiempo, pero la inquietud sigue en todo momento en el hombre, discurriendo por dichas vertientes.
Cuando en el mar de la Historia, la bravura del oleaje de unos acontecimientos relevantes sacude con fuerza a la humanidad, y, arreciando duro, la lanza a situaciones extremas, se le hace más acuciante al hombre el deseo de encontrar algo que pueda dar sentido a todas las inquietudes que le produce el vivir.
A los que éramos jóvenes en los albores de la década de los años 40 al 50, nos tocó de lleno vivir en carne viva esta experiencia: la Guerra Civil habida en España acababa de terminar, la II Guerra Mundial empezaba entonces, así como también la invasión de algunas naciones más o menos libres.
Si bien por una parte las heridas, las secuelas y los recuerdos de tanta tristeza, eran poco propicios al optimismo y hasta a la esperanza, vistos y observados con óptica y perspectiva cristianas, podían ser, y así fueron, acicate y espuela para conducirnos, alentarnos y mantenemos en una seria reflexión de la imperiosa necesidad que todo hombre tiene de anclarse en algo que, además de ser permanente y estable, sea también ágil y posible, además de absolutamente verdadero.
Y concluimos que tan sólo el Evangelio, la Buena Noticia por excelencia, la Palabra de Dios, vivida con convicción y, por eso, contagiada, puede ser para el hombre, motivo, norte, guía y dinamo.
Estas realidades contrastadas con las dificultades de entonces, tomaban una incuestionable claridad que nos las hacía enormemente atractivas.
Pero había que encontrar el camino para llegar al hombre, y, evidentemente, el lograrlo no podía ser el fruto de unos impulsos inquietos más o menos bien intencionados. Se imponía algo más serio, más profundo, más pensado y rezado, para poder ir comunicando a los más posibles, el gozo de la Fe, de manera ordenada y sistemática, para que, sin que perdiera por ello nada de su esencia, pudiera llegar al hombre corriente, normal, de a pie, de un modo simple, concreto y posible, si bien advirtiéndole, al mismo tiempo, para hacerle caer en la cuenta, que simple no quería ni quiere decir fácil, ni concreto inmediato, ni posible sin esfuerzo.
La convergencia inteligente y cuidada de estos tres elementos: lo simple, lo concreto y lo posible, constituyen desde entonces lo más novedoso del Movimiento de Cursillos. Supuesta la gracia de Dios, esto es la punta que tienen, para penetrar en cualquier ambiente.
El mensaje del Cursillo, en síntesis, es tan sólo la proclamación de unas evidencias olvidadas. Se trata de la mejor noticia: que Dios nos ama, comunicada por el mejor medio, que es la amistad, dirigida a lo que más vale de cada uno, que es ser persona, o sea, ser capacidad personal de convicción, de decisión y de constancia. Desde sus inicios, siempre, y donde hay fidelidad a esa corriente de fondo, los Cursillos producen fruto y fruto abundante.
Por haber estado metido en la santa aventura de los Cursillos desde su iniciación muchas veces, a la vista de sus copiosos frutos, nos han venido preguntando, si suponíamos al comienzo que el Movimiento llegaría a extenderse tanto, y siempre hemos contestado, que lo que sí sabíamos y, sobre todo, creíamos, y gracias a Dios creemos todavía, es en la potencia inaudita del Evangelio.
Si bien es por lo demás curioso que en la clausura del 1er. Cursillo «oficial» –en enero del 49– alguien dijo: «No nos hemos de parar hasta dar un Cursillo en la luna».
A veces uno no puede dejar de preguntarse, recordando al poeta Gabriel y Galán, si «¿somos los hombres de hoy, aquellos JÓVENES de ayer?»
Claro que como siempre sucede, no somos perfectos, y hoy, como entonces, hay quien no sigue, o no sigue con el entusiasmo de la primera hora; pero yo me atrevo a decir que, por la gracia de Dios, permanece el mismo espíritu, y hasta si cabe, más humanizado y más profundo, impulsado aquí y ahora –así es la vida– por una juventud formidable, muy difícil de manipular, que al pan le llama pan y al vino le llama vino.
Yo no puedo creer, porque los hechos me demuestran lo contrario, en aquel refrán que dice que «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino más bien que el pasado es siempre mejorable.
Todo lo vivo crece y se renueva, y el Movimiento de Cursillos ha venido creciendo y renovándose desde sus inicios y sin duda ha de seguir creciendo y renovándose todavía mucho más, pero ha de crecer y renovarse unido a sus raíces, y siempre por el tallo de una fidelidad creativa y armónica. Algo parecido a como se va alargando una antena telescópica, gracias al ajuste y preciso ensamblamiento de sus piezas.
Pero lo lastimoso es que, cuando con la mejor voluntad, el Movimiento es distorsionado, sirve a finalidades secundarias, dejando marginada la principal.
La proliferación anárquica de la buena semilla, produce conflictos más raros y complicados que la cizaña. Cuando la generosidad que genera, por la gracia de Dios, el Cursillo, sale de su cauce, suelen crearse problemas y situaciones que hasta pueden dar lugar a desacreditarlo.
Normalmente, sin duda, podría lograrse algo mejor, tratando de dar a la generosidad, de quienes han vivido un Cursillo, una dirección más de acuerdo con la mentalidad, que se desprende de los puntos que componen las líneas fundamentales que se perfilan en El Cómo y el porqué, y que, tal vez, sea oportuno recordar aquí y ahora, aunque de manera simplificada y esquemática:
Un concepto triunfal de lo cristiano, que en manera alguna significa triunfalista.
Lo cristiano en la persona como solución integral de los problemas humanos.
La visión dinámica de fermento vivo y operante.
El principio de insatisfacción.
Un profundo y exacto conocimiento del hombre. Conocimiento vivo, profundo, nacido de la convivencia íntima con la masa que el fermento evangélico debe vivificar.
Convencimiento de la insuficiencia o inadaptación de ciertos métodos. Vitalización de todo lo aprovechable. Búsqueda de nuevos y fecundos horizontes.
Comprobación de que los alejados reaccionan mejor que los de siempre, mientras se les presente la verdad de Cristo y de la Iglesia como son en sí.
La experiencia de Zaqueos y Samaritanas que se convierten en apóstoles dinámicos y eficaces.
No descuidar los problemas personales y las exigencias de cada uno.
Cristo y su gracia, aceptados como fuerza que influirán toda su vida.
Convicción de que la solución es simple y por simple universal, y que ha de intentar vivirse en el propio ambiente, aunque lanzada a distintos horizontes y a diferentes clases y culturas.
Pasando una rápida revista a estas ideas, que pueden ser pista de múltiples realizaciones en la realidad de cada uno y de cada ambiente, podemos fácilmente comprobar que a pesar de los esfuerzos realizados, como ya decíamos en el Manifiesto, editado en 1981, «Los Cursillos, en su íntegro ser, están por estrenar; y ello por la simple razón de que el Evangelio en la vida diaria, como la dinámica del Padre Nuestro y de las Bienaventuranzas, están también sin estrenarse».
Tal vez buena parte de esta dificultad, en lo que a Cursillos se refiere, se haya producido o acentuado, por no haber explicitado con más diafanidad la finalidad del Movimiento, y haber sido éste empleado alegre e inconscientemente para saciar el hambre de hacer cosas, en lugar de ir consiguiendo con él, provocar el hambre de Dios en las personas.
Unas veces se ha esperado demasiado del Movimiento, y otras veces demasiado poco. Por esto tal vez no esté demás tratar de trazar la trayectoria de lo que entendíamos y entendemos, es el nervio vivo de los Cursillos
El Cursillo de Cristiandad apunta, y, por la gracia de Dios, logra, que, quienes voluntariamente aportan, lo que en el momento de iniciarse el Cursillo se pide: su ilusión, su entrega y su espíritu de caridad, lleguen a tener en su inteligencia, un chasis luminoso de ideas, y en su corazón, el impulso necesario, para ir realizando en la vida estas mismas ideas. Además de ideas, podríamos decir que se trata de realidades, y de realidades fundamentales, básicas y esenciales, manifestadas de tal manera en las personas que las exponen, que, más que demostrarlas con argumentos, las muestran con la expresión de sus vidas.
Ello hace que con las muchas oraciones que se han hecho y se hacen a tal fin, por la gracia de Dios y la participación entusiasta de todos, durante los tres días que dura el Cursillo se llegue a crear una situación en que las circunstancias, las perspectivas y las posibilidades, son puestas, vistas y valoradas en un eje cristiano, donde por Cristo y en Cristo, viviente en todos por la gracia, se vuelven concretas, dinámicas y atractivas.
Todo esto, y sin duda por darse esto así, esto es, en forma precisa, dinámica y atractiva, llega a cada persona como una amorosa invitación que solicita su convicción, su decisión y su entrega. Entonces, una vez más, se experimenta la realidad evangélica de que «cuando dos o más se reúnen en su nombre, Cristo está en medio de ellos». Esta realidad vivida y convivida de manera plena, humana y oportuna, hace situar a cada quien, por lógica, por sentido común y por sentido práctico, ante el trilema: de ser así, de querer ser así, o de dolerse de no ser así.
El Cursillo quiere poner en circunstancia y ocasión de contagio a unas personas con otras, para que a través de una intercomunicación vital en el terreno de la amistad, pueda aprender amando, lo que tan sólo amando, se puede entender.
El que va al Cursillo, no es absorbido por el Movimiento, porque el Movimiento no es ninguna organización ni asociación de la que el cursillista tenga que formar parte. Por esto, más que programarle lo que pueda hacer en la Iglesia y por la Iglesia, se trata de pertrecharlo de un horizonte de sentido, de un marco de orientación y de un objetivo real, personal y humano, para que pueda sentirse Iglesia en su mundo. Este horizonte, este marco y este objetivo, que, poniendo su ilusión, su entrega y su espíritu de caridad, normalmente suele hallar en los tres días que dura el Cursillo, se le va perfilando y afianzando con el tiempo y en la vida a través de las Reuniones de Grupo y con su asistencia semanal a lo que llamamos Ultreya: reunión de reuniones de grupo.
Las primeras, las Reuniones de Grupo: la vida como realidad compartida en amistad, le van templando y afinando su vida en su dimensión personal.
Y las segundas, la Ultreya: circunstancia que posibilita que lo mejor de cada uno, llegue a los más posibles, le abre camino en su vertiente comunitaria.
Todo esto, no está pensado de cara a su aceptación para afiliarle, sino más bien le es ofrecido como ayuda para que él pueda ir descubriendo su libertad en Cristo, en su circunstancia concreta y para que en todo momento pueda emplearla y realizarla, a partir del Cursillo, en su aquí, en su ahora y desde ya.
Uno de los aspectos que más pretende acentuar el Movimiento de Cursillos, una de las cosas que más le interesa destacar, es hacer caer en la cuenta, para poder sacar todo el inmenso fruto que de ello pueda derivarse, que el Evangelio, pocas veces se ha hecho realidad en la normalidad, sino que se diría que a lo largo de la historia, quienes pretendieron vivirlo, trataron siempre de crear una realidad fuera de la normalidad. El Cursillo lo que pretende es cristianizar la manera normal de vivir, distorsionando la vida lo menos posible, por eso el «recluir» tres días a la gente en un lugar aislado, no es para que lleguen a ver y a sentir las cosas como nosotros las vemos y las sentimos, sino para que aprendan a actuar en cristiano en sus vidas, después de haber vivido lo cristiano de manera intensa, verdadera, humana, atractiva, tratando de ir dando a las personas, a los hechos, a los acontecimientos y a las cosas el sentido que Dios, por medio de Cristo, vivido y contagiado, les está dando.
Ello hace que la gente que vive alejada de la fe, no pueda menos de sentirse interpelada por quienes tratan que Cristo sea el eje de su existir y la norma de su existencia. Desde la lejanía, la verdadera creencia de los demás, les hace caer en la cuenta que es imposible que todo no tenga un sentido; y, conforme van acercándose, van divisando la posibilidad de que todo tenga un sentido, hasta llegar a descubrir que ellos mismos, siendo de verdad sí mismos, puedan ir dando al mundo el sentido que Dios le está dando. El sentido es la órbita de cada persona y cada cosa cumpliendo su plena y genuina finalidad.
Los Cursillos de Cristiandad son un método para posibilitar el conocimiento, el convencimiento, la vivencia y la convivencia de lo que hemos venido llamando lo Fundamental Cristiano, la gozosa realidad que Cristo nos revela: que somos amados por Dios. Hecho que nos posibilita el que le amemos a EL, al prójimo y al mundo.
Son un método y una vida. Como método están al servicio de la verdad; como vida engendran un movimiento. Movimiento que, cuando no se desvía de su órbita vital, que arranca del impulso de su motivación: encuentro con Cristo y discurre por su orientación hacia su finalidad: amistad con Cristo, desencadena un proceso progresivo que va fermentando la persona, y por ella, el ambiente donde ella se halla inserta.
Cada una de sus piezas: Precursillo, Cursillo y Poscursillo, responde a la finalidad que se persigue:
• EL Precursillo, al facilitar la búsqueda –individual y colectiva– más activa y efectiva de lo Fundamental Cristiano.
• EL Cursillo, al proporcionar el encuentro pleno, actual y comunitario de cada persona con lo Fundamental Cristiano, y
• EL Poscursillo, al dar la vivencia perenne, eclesial y creciente de lo Fundamental Cristiano, durante toda la vida.
Para garantizar que cada una de las piezas mencionadas cumpla su función precisa, y que todas se hallen dispuestas y a punto en todo momento, está la Escuela de Dirigentes y el Secretariado de Cursillos.
La finalidad de todo esto explica el hecho de los Cursillos. Todo lo dicho que no pretende ser completo, es a grandes trazos la trayectoria de lo que hemos llamado en este escrito el nervio vivo de nuestro Movimiento.
Una serena observación de la realidad, hace llegar a la conclusión de que muchas veces se atiende a lo adjetivo del cristianismo, más que a lo nuclear, a lo central, a lo sustancial y esencial.
Sin excluir a nadie, los Cursillos más que tender a lograr una masa que actúe de comparsa para ir practicando las normas de siempre, tiende a que Cristo pueda contar con gente que sepa aplicar el criterio cristiano a los acontecimientos de hoy. Personas que sepan encarnar en la realidad humana de hoy, los criterios de Cristo.
A la gente de hoy, podríamos dividirla en tres grupos: unos que presumen, otros que consumen y otros que asumen.
Presumen unos cuantos que «pueden» hacerlo.
Consumimos casi todos, porque nos encontramos, las más de las veces, ante la necesidad de tener que hacerlo.
Y pocos hay que sepan asumir.
Y precisamente eso, asumir, es una de las tareas más acuciantes y hasta fascinantes del mundo de hoy. Asumir lo mucho de bueno que hay entre las muchas circunstancias que llamamos malas, sin más, porque no sabemos aprovechar –hacer que cuaje de ellas–, la enseñanza, la experiencia y el mensaje que en el fondo sin duda contienen.
Se diría que en estos tiempos Cristo, aún más que hombres de Iglesia necesita una Iglesia de hombres. De hombres que, sintiéndose Iglesia y unidos a ella por la intención de su voluntad, y por la fuerza de la gracia, sepan asumir lo bueno que hay en lo malo, en la realidad más real de cada persona, de cada acontecimiento y de cada situación.
Cuando el Movimiento de Cursillos se va moviendo por la fuerza y el impulso de lo Fundamental Cristiano, vivido por los que lo integran, difícilmente crea gente profesionalizada, que se dedica a lo que podríamos llamar «urbanismo apostólico», organizando cosas para mandar a los demás. Sabemos bien que la enseñanza, la formación y la orientación que no es testimoniada con la vida, en la misma vida donde se vive la vida, afortunadamente, no vale para el hombre de hoy.
A veces puede haberse dado el caso, sin duda por ignorar o no practicar la mentalidad de Cursillos, que en lugar de orientarlos hacia su incidencia en el mundo, para que vuelvan a él después del Cursillo a vivir su misma vida, pero con otro afán, se haya preferido desnatarlos de su realidad y «domesticarlos» lo conveniente para poderlos emplear, sin que chistaran, en los cuadros directivos de las asociaciones dedicadas a «hacer–el–bien–de–siempre, como–siempre».
Otros han buscado la gente para Cursillos, solamente en el área de lo pío, para lograr la misma finalidad de los primeros, pero con menos conflictos. Haciéndolo así, muy pronto se ha agotado la cantera, lo que no pocas veces ha hecho bajar la diana, buscando incentivos de segunda categoría para poder cubrir las plazas disponibles.
Cuando estas situaciones se han hecho crónicas, a veces se ha recurrido a los sucedáneos de los genuinos Cursillos, y de entre ellos, a los Cursillos Mixtos –mixtura de cursillos– que si en muchas ocasiones han podido ser buenos, han servido no pocas, también, para patentizar la mucha diferencia que existe entre lo bueno y lo mejor.
El Cursillo, más que otra cosa, y sin duda la más importante, es un encuentro a nivel profundo de cada uno consigo mismo, con los hermanos y con Cristo. Tal vez extrañe el orden de esta relación de encuentros, que no es de prelacía, por supuesto, sino el deseo y la intención de destacar el primero de todos, por ser éste la estructura y el espacio donde únicamente pueden realizarse los otros dos encuentros para conseguir lo que se pretende.
El encuentro con los hermanos, sin haberse encontrado consigo mismo, produce un activismo extenuante que, pronto o tarde, llega a su techo.
El encuentro con Cristo, sin haberse encontrado consigo mismo, conduce a unos «arrobos místicos» destemplados y destemplantes que dificultan la llana comunicación con los demás.
En una palabra, en el Cursillo todo converge hacia la conversión personal, que es una polarización de toda la vida hacia los verdaderos valores.
Encontrarse consigo mismo, requiere necesariamente un provisional desasimiento de las personas y ambientes en que nos movemos a diario. Ahora bien, cuando asisten al mismo Cursillo chicos y chicas, hombres y mujeres, matrimonios o parejas de novios, solteras y solteros, la atención es absorbida preferentemente por el interés con que se quiere seguir la reacción del otro, o de algún otro, cuya vida interesa sobre todas las demás, y es muy natural que así sea, por lo que difícilmente se produce el imprescindible encuentro consigo mismo, que es lo que ha de dar la eficacia a lo otro.
Todo lo que ofrece después: Ultreyas, Escuela de Dirigentes, Cursillo de Cursillos, etc. mejor que se hagan en plan mixto, porque mixta es la vida. Quede claro que lo que va contra la esencia de los Cursillos, no es la circunstancia de que sean mixtos o no, sino que no se produzca (el serlo)-eliminar ese encuentro de cada uno mismo consigo mismo, en lo más profundo de sí mismo, que es el pivote donde converge y arranca todo lo que el Cursillo pretende conseguir y la manera de conseguir lo que consigue, ya que se trata de que tenga lugar en la persona, su conversión, esto es: que la libertad del hombre, se encuentre en el Espíritu de Dios.
El haber hecho Cursillos ignorando su mentalidad, ha sido la causa que en muchos lugares, y con la mejor intención, estos proliferaran de manera anárquica suscitando gente apasionada y sacrificada en la aplicación del método, pero a una distancia astronómica de su qué y su para qué. Este hecho ha sido el motivo de que en muchas partes se hayan inventado mil modos y maneras de hacer Cursillos, y lo más penoso de todo es que, sin serlo, los han llamado así.
Lo que han venido a ser Cursillos en algunos lugares, hace recordar la historieta aquella que pasó en cierto famoso club de fútbol:
Se cuenta que este club, tenía entre sus socios los hombres que poseían las más grandes fortunas del país. La cifra de sus entradas de dinero eran muy grandes, pero en vez de dedicar su cuantioso efectivo a lo más efectivo: el fichaje, preparación y entreno de sus jugadores, se les ocurrió fabricar de oro las porterías y sus redes y, si no llegaron también a tener de oro el esférico, no fue por falta de ganas, sino porque cayeron en la cuenta que con ello se lastimarían los jugadores.
Pero el relato no termina aquí pues era tan fuerte el deseo de que su equipo destacara sobre los demás, que acordaron que en vez de once jugadores, fueran veinticuatro, en lugar de dos porterías hubiera ocho, y cinco árbitros y no uno solo. Total que a fuerza de tan brillantes iniciativas, confundieron el personal y desbandaron la afición.
En resumen, el Cursillo que se pensó para fermentar la vida y por tanto la Historia, se emplea a veces para mantener conformismos, enfoques, criterios y actitudes que el Concilio Vaticano II dejó ya, afortunadamente, fuera de combate.
Los que éramos jóvenes en la década de los 40, seguimos rogando a Dios, que el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, siga extendiéndose por todo el mundo, pero sin perder su identidad, cosa tan sólo posible siendo fiel a sus raíces, al mismo tiempo que extienda y mueva ágilmente sus ramas, para ir consiguiendo, con la ayuda de Dios, que la Buena Noticia de su reino, llegue a los más posibles.